Antes que ninguna otra cosa tiene que ir por delante que nadie puede sentirse orgulloso de los
tristes incidentes de desunión que se exhibieron el pasado viernes. Es un día que dejará
heridas difíciles de cerrar y que todos nosotras y nosotros, independientemente de nuestra
posición en el conflicto, deberíamos lamentar. El mensaje de crispación que trasladamos a la
ciudadanía gallega supone la constatación de un fracaso colectivo del que todas y todos en
mayor o menor medida deberíamos sentirnos responsables.
Pero no podemos olvidar que esos mismos compañeros y compañeras que ese día
exteriorizaron de ese modo su rabia y su indignación eran los mismos que durante más de dos
meses de huelga habían tenido un comportamiento absolutamente ejemplar, solidario y
respetuoso. Un comportamiento, en la defensa insobornable e incansable de sus derechos,
que incluso podríamos calificar de heroico.
De hecho, las penosas escenas de este viernes solo se explican si traemos a nuestra memoria
una escena aún mucho más bochornosa: la de la última rueda de prensa conjunta del Comité
de Huelga. Ese día se escribió una página negra en el sindicalismo y las relaciones honestas
entre los trabajadores y sus representantes. En una sala atestada de cámaras y medios de
comunicación ver a 4 representantes sindicales mentir de un modo obsceno a sus compañeros
de comité, a los trabajadores, a los periodistas y a la ciudadanía gallega entera, es un
momento que será difícil de olvidar. Particularmente yo siento una enorme vergüenza cada
vez que recuerdo a esas personas negando que hubiesen negociado, llamando otra vez
“mentiroso” a Rueda justo la única vez que había dicho la verdad.
La infame negociación que protagonizaron los representantes de USO, UGT, CCOO Y CSIF es sin
duda el detonante de esta brecha que se ha abierto entre compañeros. Y son estos sindicatos,
y la decisión ajena a toda ética que adoptaron, los responsables de un daño en la convivencia
que tardará mucho en repararse.
Las elecciones sindicales previstas para 2019 sin duda han sido sin ningún género de duda la
causa de este comportamiento. El poder presentarse en solitario como los artífices de un
acuerdo, como los protagonistas de haber desatascado una negociación difícil ha sido una
tentación demasiado grande y para ello no dudaron en destruir la unión sindical, generar una
tensión insoportable entre compañeros y compañeros e incluso arrastrar por el fango su
propia credibilidad personal. Esas personas, estaban una tarde negociando con Rueda y al día
siguiente, en nuestras oficinas, en nuestras propias caras nos mentían y le insultaban.
¿Pactaban también con él esos insultos? ¿De qué hablaban en esas negociaciones? ¿Cómo
debe ser estar sentando con otros compañeros del comité de huelga a los que estás mintiendo
y hablar con ellos como si tal cosa? Cuando en futuras negociaciones nos digan que están
haciendo esto o lo otro, ¿cómo sabremos que no nos están mintiendo otra vez? Es difícil
imaginar a una persona decente en esa situación, mirando a las cámaras con cara de póker y
mintiendo ante Galicia entera. Hay que valer. Fuesen cuales fuesen sus intenciones, todos ellos
deberían apartarse de la primera línea de la lucha sindical para no ensuciar más esta. Los
chalaneos y las oscuras componendas que día sí y día también nos indignan en la política no
podemos darlos por buenos en la relación entre trabajadores, a riesgo de ser aún peores que
los que criticamos. Porque si Rueda era un mentiroso, ¿qué eran ellos?
Con respecto a la consulta que plantearon en solitario, su resultado ha sido una abrumadora
descalificación de su comportamiento. Esto a pesar de que la consulta no contaba con las
mínimas garantías de control democrático y era toda una anomalía en sí misma. En las mesas
solo había representantes de los que defendían la opción del SI y las papeletas estaban
completamente a la vista y ellos podían observar qué opción marcaba cada compañero.
Incluso, de forma completamente inaudita, autorizaban el que una persona pudiese verter a la
urna votos de otros compañeros y compañeras sin estar presentes. Es decir: lo que toda la vida
ha sido “carrexar” votos. Igualmente, el escrutinio lo efectuaban solo estas personas. De
hecho, resulta altamente curioso que el SI solo ganase en las localidades donde este escrutinio
se realizó sin la presencia de las otras fuerzas sindicales. Y aún así perdieron. Es de suponer
que, de haber sido una consulta efectuada con plenas garantías de transparencia el resultado
hubiese sido aún mucho peor para sus intereses.
Pese a ello, en lugar de reconocer con humildad que su opción había fracasado y que su
comportamiento había sido claramente descalificado, estas personas perseveran en su
irresponsable huída hacia adelante, dejando tras ellos tierra quemada y deslegitimando la
consulta que ellos mismos organizaron con argumentos falaces y manipulaciones absurdas.
En la consulta que plantearon hace apenas un mes los siete sindicatos unidos participaron
1430 personas y entonces se consideró un éxito de participación y sus resultados
completamente válidos. En la del viernes pasado participaron 1582 y los perdedores hablan de
escasa participación porque, claro está, no llegó al 100% del censo. Estos son, precisamente, el
mismo tipo de argumentos mentirosos que llevamos meses soportando de la Xunta de Galicia
y causa vergüenza que sean los mismos sindicalistas los que reproduzcan las mismas
“matemáticas” que Feijóo. Para escuchar de mis representantes las mismas mentiras que
escucho de los políticos, la verdad, no sé para qué sirven los sindicatos.
Peor aún, en la papeleta que ellos mismos diseñaron se especificaba expresamente que la
pregunta se hacía a los “trabajadores en huelga”. Puesto que la propia Xunta cifra en unos 700
-800 los que no la siguieron, podría incluso afirmarse que esas 1582 personas suponen un
porcentaje altísimo, casi cercano al 100%. Con esos números y en estas circunstancias, la
verdad es que resulta difícil sostener que el resultado no responda a la verdadera opinión de
los trabajadores y trabajadoras. Y, en todo caso, aún suponiendo que los porcentajes se
hubiesen dado al revés. ¿Qué habría cambiado sustancialmente? 836 personas que reniegan
de un acuerdo son un número enorme y suponen una descalificación sin paliativos. Son,
además, muy probablemente las que verdaderamente están sosteniendo la huelga y cabe
pensar que es en los votantes del SI donde está la bolsa más grande de trabajadores que ya la
hayan abandonado. Igual que en otros ámbitos de la política no nos parece razonable que
porcentajes que rondan al 50% decidan cuestiones muy trascendentes, un acuerdo de esta
relevancia, que tiene implicaciones muy serias para muchos años, tampoco podría haberse
adoptado contra la opinión de la mitad de los trabajadores. Esta consulta, en sí misma, ha sido
una muestra de irresponsabilidad y, fuese cual fuese su resultado, nunca podría haberse
ganado. Solo podía hacer lo que hizo: dividir y tensionar. Cualquier persona que no fuese un
insensato estaría conforme con que el acuerdo, sea cual sea, tendría que tomarse apoyado en
una amplia mayoría de consenso. Pero el cálculo electoral ha cegado a estas personas que ya
han perdido todo escrúpulo.
Solo así se entienden las amenazas a sus propios compañeros con delitos que llevan incluso
aparejadas penas de prisión. En este aspecto cabe señalar sobre todo el comportamiento
impresentable de Manuel Díaz Mato, responsable de UGT, quien fue el primero en hablar de
“delitos de odio”. El delito de odio está pensando para actuaciones de incitación al odio contra
personas o colectivos en función de su raza, etnia, religión o discapacidad. Es un disparate y
una interpretación torticera tratar de aplicarlo a discusiones entre compañeros de trabajo. Al
margen de la ignorancia o mala fe de esta persona, solo pensar que para salvar sus intereses
electorales desea para sus compañeros y compañeras penas de prisión es algo que debería
hacernos temblar pensando en quién nos representa.
A día de hoy la única salida aceptable es que los cuatro sindicatos responsables de esta tensión
desautoricen a las personas que iniciaron esta guerra de todos contra todos y traten de cerrar
heridas, cesando las amenazas y reconociendo el fracaso de su estrategia. Si existe un camino
de enmienda es regresar con lealtad a una negociación unitaria que nos acerque a un acuerdo
que, objetivamente, no debería estar tan lejos de cerrarse satisfactoriamente para todos. Lo
que no nos lleva a ninguna parte es reproducir, de modo infinitamente más grave, las mismas
estrategias de manipulación y amenazas que no hace mucho ellos mismos denunciaban.
Ahora mismo ya empieza a ser menos importante un euro arriba o abajo como ese cerrar
heridas, construir complicidades y volver a mostrarnos como lo que fuimos durante meses: un
grupo de trabajadores y trabajadoras unidos y solidarios de los que muchas personas podían
sentirse orgullosas.