domingo, 29 de abril de 2018

Reflexiones de un trabajador avergonzado

Antes que ninguna otra cosa tiene que ir por delante que nadie puede sentirse orgulloso de los tristes incidentes de desunión que se exhibieron el pasado viernes. Es un día que dejará heridas difíciles de cerrar y que todos nosotras y nosotros, independientemente de nuestra posición en el conflicto, deberíamos lamentar. El mensaje de crispación que trasladamos a la ciudadanía gallega supone la constatación de un fracaso colectivo del que todas y todos en mayor o menor medida deberíamos sentirnos responsables. 

Pero no podemos olvidar que esos mismos compañeros y compañeras que ese día exteriorizaron de ese modo su rabia y su indignación eran los mismos que durante más de dos meses de huelga habían tenido un comportamiento absolutamente ejemplar, solidario y respetuoso. Un comportamiento, en la defensa insobornable e incansable de sus derechos, que incluso podríamos calificar de heroico. 

De hecho, las penosas escenas de este viernes solo se explican si traemos a nuestra memoria una escena aún mucho más bochornosa: la de la última rueda de prensa conjunta del Comité de Huelga. Ese día se escribió una página negra en el sindicalismo y las relaciones honestas entre los trabajadores y sus representantes. En una sala atestada de cámaras y medios de comunicación ver a 4 representantes sindicales mentir de un modo obsceno a sus compañeros de comité, a los trabajadores, a los periodistas y a la ciudadanía gallega entera, es un momento que será difícil de olvidar. Particularmente yo siento una enorme vergüenza cada vez que recuerdo a esas personas negando que hubiesen negociado, llamando otra vez “mentiroso” a Rueda justo la única vez que había dicho la verdad. 

La infame negociación que protagonizaron los representantes de USO, UGT, CCOO Y CSIF es sin duda el detonante de esta brecha que se ha abierto entre compañeros. Y son estos sindicatos, y la decisión ajena a toda ética que adoptaron, los responsables de un daño en la convivencia que tardará mucho en repararse. 

Las elecciones sindicales previstas para 2019 sin duda han sido sin ningún género de duda la causa de este comportamiento. El poder presentarse en solitario como los artífices de un acuerdo, como los protagonistas de haber desatascado una negociación difícil ha sido una tentación demasiado grande y para ello no dudaron en destruir la unión sindical, generar una tensión insoportable entre compañeros y compañeros e incluso arrastrar por el fango su propia credibilidad personal. Esas personas, estaban una tarde negociando con Rueda y al día siguiente, en nuestras oficinas, en nuestras propias caras nos mentían y le insultaban. ¿Pactaban también con él esos insultos? ¿De qué hablaban en esas negociaciones? ¿Cómo debe ser estar sentando con otros compañeros del comité de huelga a los que estás mintiendo y hablar con ellos como si tal cosa? Cuando en futuras negociaciones nos digan que están haciendo esto o lo otro, ¿cómo sabremos que no nos están mintiendo otra vez? Es difícil imaginar a una persona decente en esa situación, mirando a las cámaras con cara de póker y mintiendo ante Galicia entera. Hay que valer. Fuesen cuales fuesen sus intenciones, todos ellos deberían apartarse de la primera línea de la lucha sindical para no ensuciar más esta. Los chalaneos y las oscuras componendas que día sí y día también nos indignan en la política no podemos darlos por buenos en la relación entre trabajadores, a riesgo de ser aún peores que los que criticamos. Porque si Rueda era un mentiroso, ¿qué eran ellos? 

Con respecto a la consulta que plantearon en solitario, su resultado ha sido una abrumadora descalificación de su comportamiento. Esto a pesar de que la consulta no contaba con las mínimas garantías de control democrático y era toda una anomalía en sí misma. En las mesas solo había representantes de los que defendían la opción del SI y las papeletas estaban completamente a la vista y ellos podían observar qué opción marcaba cada compañero. Incluso, de forma completamente inaudita, autorizaban el que una persona pudiese verter a la urna votos de otros compañeros y compañeras sin estar presentes. Es decir: lo que toda la vida ha sido “carrexar” votos. Igualmente, el escrutinio lo efectuaban solo estas personas. De hecho, resulta altamente curioso que el SI solo ganase en las localidades donde este escrutinio se realizó sin la presencia de las otras fuerzas sindicales. Y aún así perdieron. Es de suponer que, de haber sido una consulta efectuada con plenas garantías de transparencia el resultado hubiese sido aún mucho peor para sus intereses. 

Pese a ello, en lugar de reconocer con humildad que su opción había fracasado y que su comportamiento había sido claramente descalificado, estas personas perseveran en su irresponsable huída hacia adelante, dejando tras ellos tierra quemada y deslegitimando la consulta que ellos mismos organizaron con argumentos falaces y manipulaciones absurdas. 

En la consulta que plantearon hace apenas un mes los siete sindicatos unidos participaron 1430 personas y entonces se consideró un éxito de participación y sus resultados completamente válidos. En la del viernes pasado participaron 1582 y los perdedores hablan de escasa participación porque, claro está, no llegó al 100% del censo. Estos son, precisamente, el mismo tipo de argumentos mentirosos que llevamos meses soportando de la Xunta de Galicia y causa vergüenza que sean los mismos sindicalistas los que reproduzcan las mismas “matemáticas” que Feijóo. Para escuchar de mis representantes las mismas mentiras que escucho de los políticos, la verdad, no sé para qué sirven los sindicatos. 

Peor aún, en la papeleta que ellos mismos diseñaron se especificaba expresamente que la pregunta se hacía a los “trabajadores en huelga”. Puesto que la propia Xunta cifra en unos 700 -800 los que no la siguieron, podría incluso afirmarse que esas 1582 personas suponen un porcentaje altísimo, casi cercano al 100%. Con esos números y en estas circunstancias, la verdad es que resulta difícil sostener que el resultado no responda a la verdadera opinión de los trabajadores y trabajadoras. Y, en todo caso, aún suponiendo que los porcentajes se hubiesen dado al revés. ¿Qué habría cambiado sustancialmente? 836 personas que reniegan de un acuerdo son un número enorme y suponen una descalificación sin paliativos. Son, además, muy probablemente las que verdaderamente están sosteniendo la huelga y cabe pensar que es en los votantes del SI donde está la bolsa más grande de trabajadores que ya la hayan abandonado. Igual que en otros ámbitos de la política no nos parece razonable que porcentajes que rondan al 50% decidan cuestiones muy trascendentes, un acuerdo de esta relevancia, que tiene implicaciones muy serias para muchos años, tampoco podría haberse adoptado contra la opinión de la mitad de los trabajadores. Esta consulta, en sí misma, ha sido una muestra de irresponsabilidad y, fuese cual fuese su resultado, nunca podría haberse ganado. Solo podía hacer lo que hizo: dividir y tensionar. Cualquier persona que no fuese un insensato estaría conforme con que el acuerdo, sea cual sea, tendría que tomarse apoyado en una amplia mayoría de consenso. Pero el cálculo electoral ha cegado a estas personas que ya han perdido todo escrúpulo. 

Solo así se entienden las amenazas a sus propios compañeros con delitos que llevan incluso aparejadas penas de prisión. En este aspecto cabe señalar sobre todo el comportamiento impresentable de Manuel Díaz Mato, responsable de UGT, quien fue el primero en hablar de “delitos de odio”. El delito de odio está pensando para actuaciones de incitación al odio contra personas o colectivos en función de su raza, etnia, religión o discapacidad. Es un disparate y una interpretación torticera tratar de aplicarlo a discusiones entre compañeros de trabajo. Al margen de la ignorancia o mala fe de esta persona, solo pensar que para salvar sus intereses electorales desea para sus compañeros y compañeras penas de prisión es algo que debería hacernos temblar pensando en quién nos representa. 

A día de hoy la única salida aceptable es que los cuatro sindicatos responsables de esta tensión desautoricen a las personas que iniciaron esta guerra de todos contra todos y traten de cerrar heridas, cesando las amenazas y reconociendo el fracaso de su estrategia. Si existe un camino de enmienda es regresar con lealtad a una negociación unitaria que nos acerque a un acuerdo que, objetivamente, no debería estar tan lejos de cerrarse satisfactoriamente para todos. Lo que no nos lleva a ninguna parte es reproducir, de modo infinitamente más grave, las mismas estrategias de manipulación y amenazas que no hace mucho ellos mismos denunciaban. 

Ahora mismo ya empieza a ser menos importante un euro arriba o abajo como ese cerrar heridas, construir complicidades y volver a mostrarnos como lo que fuimos durante meses: un grupo de trabajadores y trabajadoras unidos y solidarios de los que muchas personas podían sentirse orgullosas.